Se acabó la Fiesta. Mañana el Parlament prohibirá los toros en Catalunya.

O eso esperamos muchos...

Casi recordando a Serrat, un reconocido amante de la “Fiesta taurina” diré que “mañana puede ser un gran día”, pero sintiéndolo mucho por él, confío en que lo será para los anti-taurinos. Todo apunta a que esta vez sí lo conseguimos. Y es que al parecer ayer por la tarde, la Dirección del Grup Parlamentari del PSC dio libertad de voto a sus diputats, lo cual implica que los pocos escaños que faltaban para sumar suficientes votos a favor de la prohibición, se van a conseguir. El nuevo volantazo de los socialistes se explica por la proximidad de las elecciones y por la cuestión del Estatut que tantas cosas ha cambiado. Debe recordarse que el PSC había acabado por decidir el voto contrario a la prohibición de la “Fiesta”y por mantener la disciplina de voto (en la primera votación sobre el tema, en 2009, dejó libertad de voto a su grup parlamentari). Pero claro, por aquel entonces no se había producido la dichosa votación del Estatut…

De todas formas, si finalmente la prohibición va adelante, tendremos que dejar el cava a enfriar. La razón es que últimamente las decisiones del Parlament de Catalunya, un parlamento nacional con capacidad legislativa autonómica, y gracias, tienden a acabar en un rosario de reclamaciones en los tribunales y, como es sabido, el único poder que en España no se renovó tras el franquismo, fue el Judicial. Así pues, habrá que ver lo que nos dura la alegría. Esto me lleva a no entender cómo fue posible que el Parlamento Canario aboliera los toros hace años, sin que el nacionalismo español sacara la artillería pesada. Supongo que el tema está en que se prohibió en Canarias y no en Catalunya. Así que ya se verá, pero por lo pronto mañana espero celebrarlo.

Y lo celebraré por todas esas historias personales de tanta gente que ha impulsado, o bien hemos colaborado, con gran esfuerzo y dedicación en que triunfe esta iniciativa popular, ya sea con recogidas de firmas, con reuniones, con una campaña en Internet, llamadas, e-mails y más y más reuniones con diputados, etc. Así que si mañana lo logramos será todo un éxito de la verdadera Democracia Popular. Y qué aprendan los promotores del referéndum-farsa de la Diagonal. Pero además no sólo será un triunfo para ecologistas, anti-taurinos y amantes de los animales, sino de todos aquellos que pensamos que el ser humano merece, y puede, evolucionar, superando con ello las a veces mal llamadas “tradiciones” que tantas veces sirven para enmascarar actos de simple barbarie, reuniones colectivas en torno a un motivo de crueldad y tortura, como el caso de los toros. Si además, ese es un distintivo de la actual España, entonces a mí que no me busquen bajo su bandera, porque no me siento identificado con el tópico en sentido totalitario. Esa no es mi cultura, ni el tópico de mi país. Esto último me lleva al otro tema. Es decir, el por qué a tanta gente le cuesta entender que en España existan otras realidades nacionales o culturales. Es decir, por qué hay tanta gente excluyente que se empeña en minusvalorar a las minorías españolas, sean nacionales, sean sexuales, sean raciales, para reivindicar solamente su propia realidad única y exclusiva, digamos ¿castellana?

Y es que a nadie se le escapa que detrás de la inminente posible prohibición en Catalunya de la Fiesta taurina, la Fiesta macabra de los toros, hay una creciente desafección hacia “lo español” y hacia todos sus tópicos, en su mayoría de origen castellano-andaluz. Evidentemente esa desafección no sería tal, o de tal magnitud, si el Tribunal Constitucional (TC), ese mismo que está integrado por unos individuos cuyo mandato caducó hace años, no se hubieran ensañado con los símbolos nacionales de la Autonomía Catalana en la famosa, por pesada e increíblemente prolongada, votación sobre la constitucionalidad del Estatut. Por cuestionar, el TC hasta cuestionó el modelo educativo, algo que nadie había discutido, salvo Fuerza Nueva, durante veinticinco años; un modelo, dicho sea de paso, que ha sido símbolo de integración cultural y que ha ayudado a que en Catalunya, el cleavage idioma catalán-castellano como elemento diferenciador llegue a ser algo residual, es decir, algo sólo vindicado por el PP (el cuarto partido de Catalunya, conviene recordar).

Esa desafección tampoco sería tal si los poderes institucionales de un Estado como el español, plurinacional y multicultural, no se empeñaran en emular el modelo francés de Nación única, uniforme y unicultural, algo que en ese país ha sido llevado hasta el límite de lo totalitario; es decir, convirtiendo a las minorías en algo puramente folclórico que ya sólo sirve de reclamo turístico y cuya única manifestación oficial se encuentra en los carteles de las autopistas. En lugar de eso, los poderes del Estado español bien harían en iniciar, de una vez por todas, el desarrollo de la vía de un federalismo integrador que incorporase a las demás naciones existentes y al resto de realidades culturales-regionales en un modelo de país cohesionado y diverso. España siempre ha sido un puzzle y en eso radica su riqueza. ¿Tanto cuesta entenderlo? ¿Tanto cuesta entendernos? La verdad es que para uno que no es precisamente sospechoso de nacionalista, aunque tampoco sea un convencido autonomista y cuyo modelo siempre ha sido el de un Estado Federal a la alemana con sus diferentes constituciones, le surgen dudas respecto al futuro. Vistas ciertas actitudes, al final es más fácil optar por el camino de la ruptura. Y como a tantos otros asistentes a la manifestación del Estatut, me ha sucedido que he acabado por plantearme si vale realmente la pena pelear por una realidad plurinacional en un marco federal que parece que sólo a cuatro gatos les importe (o al menos buscamos) y que justamente están más aquí que allí. Este es el sueño de Pasqual Maragall y conseguirlo, algo más difícil que la celebración de una boda gay en Arabia Saudí. Supongo que esa imposibilidad justifica o incide en que, como tantos miles de catalanes, me sienta un poco más excluido de la actual España.

Así pues, no es de extrañar que el sentimiento pro independencia crezca a diario en Catalunya. Algo nunca visto antes, pero así están las cosas. El PP ha logrado con un golpe maestro lo que nunca habría conseguido en una situación normal. Con un golpe legal, el PP, la minoría absoluta, se ha impuesto sobre la mayoría absoluta. La radicalización y la división de la sociedad catalana puede ser el siguiente paso. Y a la vez que buena parte de la sociedad tome conciencia de que algo debe moverse de una vez por todas. Y mientras otros sacan pecho de su “yo soy español, español”, como si alguien les hubiera negado lo contrario en todo este tiempo, otros muchos ya se están movilizando por la Independencia. Las posturas intermedias como la federalista pierden fuelle, pues las instituciones españolas no las contemplan, ni las contemplarán, y además los medios empujan a optar por un extremo u otro. Y en este jaleo de ideas, parece que entran los toros. Sí, los toros se han convertido en una nueva bandera que enarbolar dentro de ese cleavage catalán-castellano, algo más para separar. El problema es que los que separan no somos los unos, los que queremos abolirlo, sino los otros, los que desde fuera utilizan una iniciativa ecologista, conservacionista, humanista y claro que sí, catalanista, en su propio beneficio, el de sacar partido del marrulleo para obtener votos aquí o allá en aras de la protección de la Nación única.

En mi opinión, nada de esto pasaría si la Constitución posfranquista (aquella que fue votada por nuestros padres y abuelos en 1978, inviolable e inamovible a pesar de que nadie por debajo de los 50 años la votó, es decir, hoy por hoy bastante más del 60% de los actuales españoles), se pudiera reformar de una manera natural, sin tanto drama, sin que ello suponga un traumatismo craneoencefálico a la derecha recalcitrante, pwro también al nacionalismo castellano que desgraciadamente abarca un espectro tan amplio que va desde la izquierda a la ultraderecha. Sería una forma de cambiar el modelo de Estado, el Suyo, y de paso una manera de corregir algunas incorrecciones lingüísticas que son fruto de compromisos de una Transición ya caduca, tales como el término “nacionalidad” del Artículo 2 para definir a Catalunya o a Euskadi, por el análogo “nación”, palabras que sin ser filólogo, y por suerte tampoco estúpido, sé que significan exactamente lo mismo. Lamentablemente parece ser que hay más de un estúpido que no entiende lo mismo y tiene terror a que otros digan las cosas por su nombre: NACIÓN.

En resumen, después de todo, lo importante es que los toros no volverán a ser torturados, ni asesinados en espectáculo público nunca jamás, al norte del Ebro y al Este del Segre. En ese territorio se seguirá cazando, se seguirá practicando la pesca “deportiva”, las carreras de bous (sin muerte) y seguirán habiendo otros actos crueles que se ensañen con animales indefensos en mataderos, casas o granjas. Son las contradicciones inherentes a nuestra especie, tan potencialmente inteligente y a la vez, tan gilipollas. Pero al menos la "Fiesta Nacional", la más mediática de todas estas manifestaciones de prepotencia humana, una celebración cruel y un desgraciado símbolo de la España de ayer y de siempre, dejará de existir en Catalunya, siempre que las momias del TC no lo revoquen, claro.

Pese a todo, esto no remediará el golpe de mano del PP y su caverna mediática, contra el Estatut y los Símbolos Nacionales de este país. La semilla de la discordia ya está plantada. Pero que el Estatut haya sido recortado, tampoco puede menoscabar la idea que efectivamente Catalunya sea una Nación, de igual entidad cultural, social e histórico-política que la “nacionalidad” española, si es que ésta existe, pues quizá deberíamos decir las cosas por su nombre y llamarla de una vez por todas, Nación Castellana, una más de las varias que componen España aunque ésta se haya querido apropiar de la bandera, de la historia y de los tópicos colectivos comunes ¡Hasta la lengua castellana ha mutado para convertirse en la lengua española! Y digo yo ¿no es igualmente española la lengua catalana, tanto o más que la castellana? ¿Y por qué entonces no se llama español al catalán o al vasco? Al fin y al cabo ¿el embrión de la actual España no es acaso el fruto de la unión de diferentes realidades nacionales, principalmente la castellana de un lado, y la catalana del otro?

Nota: Las 2 fotos panorámicas son de la manifestación del 10 de julio, según la caverna una manifestación de 50000 individuos violentos. En realidad más de 1.5 millones de personas.