Mi descubrimiento de Lorca, su obra y su homosexualidad, fue paralelo al descubrimiento de mi propia sexualidad. Muchas tardes, sentado en mi cama y recostado en la pared, me entregaba a la lectura de Bodas de sangre, Yerma, Poeta en Nueva York o del más accesible Romancero Gitano. Lorca apadrinó mi inconcluso viaje hacia la literatura; pero para un todavía inmaduro adolescente de quince años, estos primeros pasos con Lorca, tenían más de búsqueda personal que de deleite por la soledad de Córdoba. Y es que en ese momento leer a García Lorca, de cuya homosexualidad había oído hablar en casa, era a la vez investigar(me); ir a la caza de señales encubiertas en metáforas que aliviasen mi propio conflicto. Incluso busqué emularlo y garabateé unos cuantos versos; eran poemas al metro, a la ciudad, a mis amores de adolescencia y a la soledad impuesta por la desinformación. Sí, definitivamente por aquel entonces era mejor leer y escribir. Me preguntaba si mi vida podría tener un final dramático como el de Adela, o peor, si la pasaría entre mariposas negras, caminando para siempre bajo la blanca serpiente de niebla. Pero por fortuna, el mal de los quince pasó pronto y con él, el olvido de aquella poesía amarga y doliente.
Dos años más tarde, en COU, tenía ante mí el examen de Literatura castellana sobre la obra de Lorca. El concepto estaba claro en mi cabeza: la esencia de la obra lorquiana giraba en torno a una sola cosa: su homosexualidad. La homosexualidad de Lorca le debió haber insuflado ese desgarro, esa desesperación y drama que yo había sufrido años atrás. ¿Cómo no podía ser de otra manera en la España homófoba de los años 20? Todas sus obsesiones, su cosmovisión llena de símbolos como la luna, la sangre, el agua y, sobre todo, el jinete, el símbolo de la virilidad que mal disimulaba su profundo anhelo por esa figura masculina y ruda, daban cuenta de ello. Para mi profesora, Asunción Ordoño, una cultísima y exigente catedrática, mi análisis era muy completo, pues había tenido en cuenta ese nimio detalle: en Lorca, sexualidad y obra son indivisibles, se retroalimentan, son una misma cosa, de manera que sin la una, no estaría la otra. A mí me fue fácil comprenderlo y a ella le correspondió valorarlo de la única forma posible, con un diez.


Volviendo a Lorca y el mundo gay, Ian Gibson cuenta que el poeta tuvo el mismo problema que sufrió su propio hermano en su Irlanda natal. Problema que también tuve yo y que han tenido por igual millones de homosexuales a lo largo de la historia de la humanidad; es decir, un mismo proceso de sufrimiento y autoconocimiento de uno mismo. Se trata de un proceso que puede ser muy largo, igual que el de Yerma que no sabe qué le ocurre y que sólo paulatinamente se da cuenta de ello.
Gibson acierta cuando se pregunta ¿con quién puede hablar de su homosexualidad un niño en la España de provincias de 1918? Es difícil barruntar una respuesta, pero lo cierto es que necesariamente esto tuvo que marcar la juventud del poeta y, según el escritor, negativamente, pues a Lorca le hicieron la vida imposible. Y es precisamente esta misma pena y el dolor por “el amor que no es posible”, (una constante éste en toda su obra y a lo largo de su vida, pues recuérdese que perdió a sus tres grandes amores Salvador Dalí, Emilio Aladrén y Rafael Rodríguez Rapún), las dos cosas que produjeron una gran obra, la de Lorca, apreciada mundialmente.

Pero como decía más arriba, la cuestión de la homosexualidad de García Lorca trasciende a su muerte. Su familia es directamente responsable de gran parte de esta opacidad que oscurece la figura del poeta. Recuérdese que fueron sus primos quienes le denunciaron, fue el marido de una prima lejana el autor material del asesinato, y fueron sus hermanos, Isabel y Francisco, quienes se empeñaron, como administradores de la memoria del poeta, en borrar todo rastro sobre la homosexualidad de Federico en su vida y en su obra literaria. Ni siquiera las grandes firmas encargadas de diseñar y contar la historia de nuestra literatura quisieron asumir la trascendencia de su condición sexual. También se censuró (o incluso se autocensuraron) a sus amigos. La homosexualidad era tabú incluso entre los más progresistas del momento. En ese contexto encaja bien la censura que impusieron en una revista progresista, a unos versos de Luis Cernuda en homenaje a Lorca:
Mira los radiantes mancebos
que vivo tanto amaste”.

Ver la segunda parte: Sonetos del amor oscuro: amor y pasión entre Federico García Lorca y Rafael Rodríguez Rapún donde dejo también los 11 poemas que componen Sonetos del Amor Oscuro.