El domingo, mientras removía viejos papeles, me llevé una grata sorpresa al localizar este antiguo artículo de Antonio Gala escrito en 1996, titulado: “a un muchacho raro”. Se trata de un texto que en un momento dado me dejó huella y que precisamente conservé para releerlo años más tarde. Recuerdo igualmente que quien me lo fotocopió fue Justo, un colega de mi grupo universitario LGBT (asociación de la que ya os hablé hace unas semanas), que me lo pasó después de haber charlado sobre nuestras respectivas infancias.
Releer este artículo de Gala ha sido una bonita excusa para hacer un viaje atrás en el tiempo; pero también me ha obligado a mirar adelante, al ser éste una exaltación a la obligación de ser uno mismo, de vivir tu propia vida. Un canto a la visibilidad, entendida ésta como opción para vivir libremente, no por pose, ni por imposición. Sin pronunciar en ningún momento la palabra homosexual, lesbiana o gay, Gala consigue que ese “muchacho (o muchacha) raro (rara)” se identifique y se emocione con el texto. Quizá, entonces, sí sea cierto que pese a que dos gays, o dos lesbianas, sean tan parecidos entre sí como un huevo a una castaña, en el fondo sí tengamos alguna cosa en común, tal vez “sólo” vivencias parecidas, como las que cuenta Gala, con las que fácilmente se pueden involucrar dos jóvenes veinteañeros de Barcelona, un chico de Murcia o una chica de Caracas. Esas vivencias, las barreras que las provocan y el lastre que conllevan, son la esencia de lo que a personas tan diversas puede unirnos.
Para este muchacho raro, la niña de su clase, el artículo de Gala es una oda a la vida, una inyección de Fe y un hálito de esperanza. Un texto que a este muchacho le hubiera gustado leer a los doce, y no a los veinte. Y también es una verdadera lección de lo que para el muchacho supone el “orgullo de ser gay”. Y es que de entre todos los derechos que la sociedad homófoba nos debe, el más irrenunciable de todos ellos, es el derecho a la felicidad. “A un muchacho raro” llegó un poco tarde a mi vida, pero llegó para quedarse.
Releer este artículo de Gala ha sido una bonita excusa para hacer un viaje atrás en el tiempo; pero también me ha obligado a mirar adelante, al ser éste una exaltación a la obligación de ser uno mismo, de vivir tu propia vida. Un canto a la visibilidad, entendida ésta como opción para vivir libremente, no por pose, ni por imposición. Sin pronunciar en ningún momento la palabra homosexual, lesbiana o gay, Gala consigue que ese “muchacho (o muchacha) raro (rara)” se identifique y se emocione con el texto. Quizá, entonces, sí sea cierto que pese a que dos gays, o dos lesbianas, sean tan parecidos entre sí como un huevo a una castaña, en el fondo sí tengamos alguna cosa en común, tal vez “sólo” vivencias parecidas, como las que cuenta Gala, con las que fácilmente se pueden involucrar dos jóvenes veinteañeros de Barcelona, un chico de Murcia o una chica de Caracas. Esas vivencias, las barreras que las provocan y el lastre que conllevan, son la esencia de lo que a personas tan diversas puede unirnos.
Para este muchacho raro, la niña de su clase, el artículo de Gala es una oda a la vida, una inyección de Fe y un hálito de esperanza. Un texto que a este muchacho le hubiera gustado leer a los doce, y no a los veinte. Y también es una verdadera lección de lo que para el muchacho supone el “orgullo de ser gay”. Y es que de entre todos los derechos que la sociedad homófoba nos debe, el más irrenunciable de todos ellos, es el derecho a la felicidad. “A un muchacho raro” llegó un poco tarde a mi vida, pero llegó para quedarse.
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A un muchacho raro, Antonio Gala, diciembre 1996.
Te llamo así porque sé que tú te encuentras raro, no porque a mí me lo parezcas. Aunque bueno será aclararte que chicos como tú son cada vez menos raros, o se les considera cada vez menos como tales: no sé si porque la sociedad se está acostumbrando, o porque aprende a respetar a los diferentes de lo que más abunda. Me dices, sin embargo, que tu bachillerato fue un calvario; que los compañeros, por llamarlos de alguna manera, se burlaban de ti; que ansiabas terminar con su proximidad, cotidiana y falsamente íntima; que anhelabas llegar a la universidad donde ahora estás, y que las cosas han cambiado algo, pero no mucho, porque no todos los otros te tratan con la naturalidad que a ti te gustaría… No lo sé; no sé si a ti te gustaría. Naturalidad, en ellos, fue llamarte la niña de la clase. No siempre es satisfactoria la naturalidad. Sobre todo en un país donde, si alguien te dice que te va a ser sincero, lo más prudente es quitarte de en medio. Bueno sería que tratasen con respeto, o aún mejor, con indiferencia. Pero hay que estar muy preparado para tratar con indiferencia a un diferente. Considéralo así, y no te fijes tanto en los demás. Fíjate más en ti.
Te llamo así porque sé que tú te encuentras raro, no porque a mí me lo parezcas. Aunque bueno será aclararte que chicos como tú son cada vez menos raros, o se les considera cada vez menos como tales: no sé si porque la sociedad se está acostumbrando, o porque aprende a respetar a los diferentes de lo que más abunda. Me dices, sin embargo, que tu bachillerato fue un calvario; que los compañeros, por llamarlos de alguna manera, se burlaban de ti; que ansiabas terminar con su proximidad, cotidiana y falsamente íntima; que anhelabas llegar a la universidad donde ahora estás, y que las cosas han cambiado algo, pero no mucho, porque no todos los otros te tratan con la naturalidad que a ti te gustaría… No lo sé; no sé si a ti te gustaría. Naturalidad, en ellos, fue llamarte la niña de la clase. No siempre es satisfactoria la naturalidad. Sobre todo en un país donde, si alguien te dice que te va a ser sincero, lo más prudente es quitarte de en medio. Bueno sería que tratasen con respeto, o aún mejor, con indiferencia. Pero hay que estar muy preparado para tratar con indiferencia a un diferente. Considéralo así, y no te fijes tanto en los demás. Fíjate más en ti.
Porque, raro o no, tienes la obligación de ser como eres. No se puede andar con zapatos de un número distinto al que se calza: o te bailará el pie y se llenará de rozaduras, o se te deformará por colocarlo de modo que te quepa cuando estés convencido de lo que eres (la rareza es a ojos ajenos), procura serlo hasta las últimas consecuencias. No hablo de tu aspecto, si no de tu interior. No tienes que ir pregonando qué te gusta, pero sí tienes que ser tú, pese a quien pese. No te obligues a pagar a tus padres la vida que te dieron: sería más fácil morir por ellos que vivir para ellos día a día. ¿No te dieron la vida? Pues es tuya. Olvida las vanas esperanzas que pusieron en ti: que no te mortifiquen. Nadie jamás te devolverá la vida que pierdas evitando la tuya verdadera. Piensa que los seres absolutamente ejemplares ni son muy imitables ni fueron muy felices. A quienes te los propongan como espejo, diles que ellos se miren. No hagas caso de las murmuraciones a tu alrededor: los lisiados odiarán siempre a los que bailan; los bueyes y los burros llamarán descarriado a los ciervos del monte.
No te pongas jamás la absurda máscara de las conveniencias. Que tu cara sea el escaparate de tu alma. Y que la luz del sol te dé en la piel: que no sea para ti lo que produce sombrar sino lo que produce el esplendor. No te hagas, ni en metáfora, criatura nocturna. Y pasea, con tu proyecto de vida y las aspiraciones más hondas de tu corazón, ante los ojos de los más atentos. No te ocultes, no te avergüences. Lo que los demás quizá llamen extravío es tu único camino posible y tu único camino decente. Trata de no ser estrepitoso, pero no te empeñes en pasar inadvertido. Sé natural (ahora sí), es decir, actúa con arreglo a lo que pienses, a lo que sientas, a lo que tiendas cada día con más convencimiento. No te traiciones, por favor. Por nada de este mundo ni del otro cometas el irremediable error de traicionarte: sería el más grande y el más irreversible.
Por descontado, has de esperar que el amor llegue. Pero considera que el amor no se busca, se encuentra. Aparecerá acaso cuando estés fatigado y entristecido de espera. No importa, entretanto, que los juegos amorosos no te distraigan del amor, que no te hagan mirar hacia otra parte. No los confundas con él, porque la dicha no pasará a menudo por tu puerta. Llegará a su tiempo, no al tuyo ni a petición de tu impaciencia. Y no sueñes en exceso con el amor ideal. Cuando lo mires a tu nivel real, no lo desdeñes, no lo compares con el que tú soñaste, no lo engrandezcas y lo enjoyes para que se asemeje a él. Déjalo como es. Ámalo como es. La imaginación es la peor enemiga de la realidad. No añores que sea más alto, ni más rubio, ni con hermosa voz, con ojo celeste, o con manos más finas. Contamos sólo con lo que contamos. Procura a cambio no defraudarlo tú.
Y antes y después y por encima de cualquier cosa, obra con libertad. O sea, date cuenta de que andas, como todos, por el borde de un derrumbadero. No te levantarás sobre tiniebla alguna a menos que rompas tus cadenas. Eso es amanecer. Pero sabe que la de más brillante eslabones, la que más te deslumbra, es justamente la de libertad. Amárrate con ella. Y vive. Y ejerce, con violencia si es preciso, tu irrenunciable derecho a la felicidad.
10 Comentarios:
Toda una lección de vida, sí señor. Siempre he dicho que el mejor Gala es el que publica en los periódicos.
Me gusta Gala, y creo como Juan Carlos que es más brillante todavía cuando su discurso tiene que condensarse para caber en un artículo.
No conocía este texto, pero es todo una declaración de intenciones. Un ideario de vida. Pero no sólo para es tan bueno, que es universal.
Está plagado de sentencias grandes como sólo es el autor.
"No te obligues a pagar a tus padres la vida que te dieron: sería más fácil morir por ellos que vivir para ellos día a día. ¿No te dieron la vida? Pues es tuya"
Que gran lema. Y cuántos problemas ahorraría a muchas personas. No sólo gays y lesbianas.
Salu2
Muy buen artículo. No lo conocía. Gala no es santo de mi devoción, pero aquí acierta plenamente. Y además es un texo que no solo vale para el mundo homosexual, sino para toda la vidsa en general, para todo aquel que no se sienta dentro del patrón social.
Semplicemente convincente...bravissimo Gala.
Me abstendré de comentarios metafísicos-megalocuánticos y diré, simplemente:
¡Qué potitooooo! ^^
A mi Gala tampoco me hace mucho el peso, pero reconozco que el artículo te toca. A mi me ha hecho revivir algún recuerdo la parte de "No te pongas jamás la absurda máscara de las conveniencias", pero eso te lo cuento en privado, jeje... por cierto ya se que soy un plasta con los pet shop boys pero busca "before" (una de mis favoritas) y lee la letra... el amor se encuentra. besos.
A cuantos raros adolescentes raros les hubiera insuflado alegría este artículo¡¡¡ pero probablemente, hace falta la perspectiva del tiempo para reconocerle todo su valor ... a toro pasado todo se ve mucho más claro, hace falta valor para mirar hacia atrás y sonreirte pensando en lo que está por venir ...
Son consejos que sirven para todo el mundo y dice verdades como puños.Sencillamente precioso.
Laura
Son consejos que sirven para todo el mundo y dice verdades como puños.Sencillamente precioso.
Laura
Me hubiera encantado poder leer este articulo 3 años atras. Cuando todavia estaba en la universidad y cuando mi madre se entero de todo. Estoy seguro que hubiera sido mas facil para mi... Hoy que lo encuentro, me hace sentir bien con lo que tengo y lo que soy.
Muchas gracias, ni en un millon de años hubiera sido capaz de encontrarlo.
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